2 de julio de 2012, en la cocina de mi casa de Oviedo sopla por última vez las velas de una tarta de cumpleaños. Pequeña cena familiar intentando agarrarla a una ciudad de la que había huido hacía ya muchos años y a la que yo la había traído de vuelta casi a la fuerza. “Mientras te recuperas y puedas volver a hacer vida tu sola…”
2 de julio de 2013, en Madrid, sus amigas más íntimas ofrecen una misa en el día de su cumpleaños. Arropada y sintiéndome querida por sus amistades y las personas que me acompañaron, no supe demostrar ni cariño ni agradecimiento. Incómoda con unos y con otros caí en un hermetismo que se fue repitiendo en muchas otras ocasiones. Sé que muchos esperaban explicaciones, que estuviera más tiempo, que contara…
En este año he ido varias veces a Madrid, siempre con la ilusión de encuentros y planes que hacían que saliera de casa contenta, animada y dispuesta a disfrutar hasta el último segundo de esas oportunidades. Pero desde que Ana no está veo la ciudad con sus ojos, y la imagino de museo en museo y en sus largos paseos en busca de esa luz mágica de la que siempre hablaba. La veo reflejada en los escaparates cuando me miro de refilón en ellos caminando por las calles. Cada vez me atrae más, pero cada vez me recuerda más a ella y siento por y como ella.
Y en la cama del hotel siento que caigo y caigo, y nadie me sujeta para evitar que me estrelle queriendo volar, como hizo ella en Oviedo